Talcott Parsons: a propósito de la evolución
social
Lidia
Girola1
1 Profesora–investigadora
del Departamento de Sociología, Universidad Autónoma Metropolitana, unidad
Azcapotzalco. Correo electrónico: lgirola2000@yahoo.com
INTRODUCCIÓN
En 2009 se cumplieron
treinta años de la muerte de Talcott Parsons. Ese mismo año se celebró el 200
aniversario del nacimiento de Charles Darwin. Estas dos figuras de la ciencia,
aunque en campos distintos, tuvieron un tema en común: la evolución. En el
primer caso, la de las sociedades humanas; en el segundo, la de las especies.
Aunque son muchos los elementos que los diferencian, la polémica y el debate
que originaron y el incremento en nuestras posibilidades de entender el mundo
que implicaron ameritan, por sí solos, un momento de reflexión.
La obra de Talcott
Parsons es crucial y a la vez controvertida, como pocas, en el campo de la
teoría sociológica del siglo XX. Dentro de su vasta producción, algunos temas
son, sobre todo, objeto de debate, mismo que ha merecido la atención de algunos
de los más importantes investigadores posteriores. Uno de estos temas lo
constituyen sus formulaciones sobre la evolución social. Jürgen Habermas y
Anthony Giddens, entre otros, han criticado en repetidas ocasiones los
postulados parsonianos al respecto, a la vez que, sobre todo el primero, han
retomado muchas de sus afirmaciones para darles un sesgo propio, en el cual
puede, sin embargo, percibirse claramente la impronta parsoniana.
El propósito de esta
presentación es hacer un brevísimo recuento de los componentes principales de
la teoría parsoniana de la evolución social, a la vez que revisar algunas de
las críticas que ha recibido.
LA
PERSPECTIVA EVOLUTIVA A TRAVÉS DE LA OBRA DE PARSONS
La vida intelectual de
Parsons puede, para efectos prácticos, dividirse en tres grandes periodos. El
primero, marcado por sus lecturas de autores relevantes del pensamiento social,
principalmente Durkheim, Sombart y Weber, tiene como momentos clave la
redacción de su tesis doctoral,2 su
libro La estructura de la
acción social y los artículos
sobre la situación de Alemania antes y después del nazismo.
El segundo inicia con la
publicación de El sistema
social; la monografía "Motives, Values and Systems of Action",
junto con Edward Shils, en los Working
Papers, de 1953; y el texto Hacia
una teoría general de la acción, todos a inicios de la década de los
cincuenta, que constituyen una aportación fundamental a la constitución del
acervo conceptual de la sociología; y si bien pueden ser consideradas obras de
transición, entre una perspectiva centrada en la acción y una teoría de los
sistemas sociales, también son, desde el punto de vista de muchos estudiosos,
la parte medular y peculiarmente creativa de la obra de Parsons.
El tercer periodo, que
corre de mediados de la década de los cincuenta hasta su muerte, está marcado
por la publicación de Economy and
Society, con Neil Smelser; los artículos sobre los universales evolutivos y
el papel de la religión en la configuración de Occidente; así como dos textos
explícitamente sistémico–evolutivos: La
sociedad y El sistema de las sociedades modernas.
Si bien su producción
abarcó temáticas diversas y fue de una fertilidad extraordinaria,3 para
revisar los avatares y cambios en su perspectiva acerca de la evolución social
los periodos medio y último son los más sugerentes.
RACIONALIDAD,
INTEGRACIÓN SOCIAL Y MODERNIDAD
Se puede considerar que
sus lecturas de las obras de Durkheim y de Weber, aunadas a los cursos sobre
psicoanálisis que tomó en Boston y le permitieron conocer los textos de Freud,
más el seminario sobre Kant, entre otras influencias, llevaron a Parsons a
proponer dos ejes fundamentales a partir de los cuales se podía estudiar la
evolución de las sociedades humanas. Por un lado, el incremento de la
racionalidad; por el otro, la diferenciación y modificación de las bases y el
contenido de la integración social. Estos dos ejes se despliegan tanto en el
esquema de las variables–pauta como en su tratamiento de los ordenamientos
institucionales que, de manera reiterada y recurrente (estructural), se
presentan en todas las sociedades conocidas como "de los focos
adscriptivos de solidaridad relacional", cuya importancia como
orientadores de la vida personal se modifica según el tipo de sociedad. A estos
dos ejes, o principios de sistematización de las tendencias de cambio social,
se debe agregar la alternativa tradicionalismo/modernidad, términos que
conforman los dos polos de un continuum a través del cual transcurre la
historia de las sociedades literatas a nivel mundial.
La problemática acerca
de la racionalidad se aborda en el esquema de las Variables–Pauta porque
implican posibilidades de elección sancionadas socialmente, tanto en relación
con la definición de los objetos de gratificación, como en las actitudes
favorecidas socialmente y en los criterios evaluativos que se toman en cuenta
al asignar roles, bienes y recompensas a los actores. Este esquema explicativo
consiste en cinco alternativas dicotómicas que, según Parsons, se le presentan
a cualquier actor social en todas las situaciones con las que se enfrenta en el
curso de su vida. En la medida en que son propuestas por la sociedad en la que
vive, constituyen el elemento principal para la descripción de diferentes tipos
de estructura social.4 La
relación de la racionalidad es evidente en la primera (afectividad versus neutralidad afectiva), ya que las
posibilidades actitudinales y de conducta son claramente opuestas: predominio
de las pulsiones en la búsqueda de la satisfacción inmediata, o primacía de
criterios evaluativos morales o instrumentales; disciplina, eficacia y
eficiencia. Implica no sólo el incremento de la racionalidad técnica (sopesar
los medios y resultados; adecuación medios–fines), sino también el
desplazamiento objetual y el manejo del tiempo. Los supuestos acerca de la
racionalidad también están presentes en todas las demás,5 ya
que la presencia de sistemas valorativos universalistas; la valoración de lo
que las personas pueden lograr con su esfuerzo y la claridad con respecto a lo
que se puede esperar de una situación, son elementos que indican incrementos no
sólo en la calculabilidad y sistematización de la vida, en sentido weberiano,
sino control incrementado del mundo exterior e interior y logro de metas que
implican dominio del entorno natural y humano.
El eje de la integración
social se despliega claramente en el tratamiento parsoniano de las
instituciones (familia, estratificación, poder y religión) que, si bien con
distintas formas, están presentes en todas las sociedades conocidas, y en su
abordaje de los grupos y colectividades donde se gesta primariamente la
solidaridad social (focos de solidaridad relacional: familia, comunidad, grupo
étnico y clase social).
El supuesto, en ambos
casos, consiste en que el cambio social hacia formas más complejas de organización
de la solidaridad se debe a que en los sistemas e instituciones implicados los
roles, de manera progresiva, se diferencian funcionalmente. En el caso de los
roles ocupacionales, sobre todo, la diferenciación requiere organización,
concertación y cooperación; exige que los actores se hagan responsables del
desempeño eficaz de sus funciones y, a la vez, se asignan las personas más
competentes a las ocupaciones de mayor responsabilidad. Parsons señala que por
razones tanto instrumentales como culturales existe una tendencia inherente en
las organizaciones a asignar mayores recursos a aquellos que son más
competentes y responsables. Otro aspecto relevante, en cuanto a los procesos y
mecanismos de la integración social, es la tendencia creciente a la igualación,
que se percibe más claramente en las llamadas sociedades industriales de masas.
Si bien la estratificación es un fenómeno universal, los logros en cuanto a
equidad y movilidad social son un claro componente evolutivo. El predominio de
los sistemas universalistas y el pluralismo valorativo, que también puede
aplicarse a los sistemas religiosos y de poder, tienen que ver no sólo con el
incremento en la racionalización social sino con la existencia de reglas que
prescriben cómo deben darse las relaciones entre las personas y con la
consecución progresiva de derechos, lo cual afecta también a la integración
social.
En cuanto a los lazos
que ligan a los miembros de la sociedad, principalmente en términos
adscriptivos, éstos van perdiendo peso en la medida en que la sociedad se
desarrolla; esta pérdida de injerencia en la vida de cada quien es, también, un
síntoma evolutivo. Hacer un recuento detallado de la concepción parsoniana con
respecto tanto a los problemas del poder como a los de la asignación (allocation)
y la cohesión social escapa a las posibilidades de tiempo y espacio de esta
presentación, pero vale la pena señalar que cuando se produce el giro sistémico
en la obra de Parsons estas nociones cambian y se presentan, si cabe, más
ligadas aún a la perspectiva evolutiva (Habermas, 1987).
La alternativa
"tradicionalismo/modernidad", esbozada en la monografía "Motives
Values and Systems of Action,", va a presentarse mucho más elaborada en El sistema social, cuando el autor elabora los cuatro
tipos puros de sociedades empíricas. Allí se ubican con toda claridad las
actitudes, conductas, instituciones y procesos que corresponden a las
sociedades tradicionales, de las cuales el ejemplo propuesto son las sociedades
hispanoamericanas; y las características, mucho más explicitadas, de las
sociedades industriales de masas, de las cuales el ejemplo es la sociedad
estadounidense. La cultura de la modernidad se asocia con la racionalidad,
tanto desde el la visión técnico–instrumental como desde la visión de la disciplina
y el control, propio y del entorno. Esto último promueve, entre otras cosas, el
desarrollo del conocimiento y las actividades con él relacionadas: la ciencia y
la tecnología. El valor fundamental es el éxito; los sistemas de valores y
normas son de carácter universalista; se consideran favorablemente las
actitudes y metas que impliquen esfuerzo y logro; el individualismo en la
persecución de los propios intereses, pero un individualismo responsable
cívicamente. En las sociedades modernas la familia se achica, los roles se
hacen más específicos y diferenciados, el trabajo ocupa gran parte de la vida y
es el medio para la realización personal; los gobiernos son democráticos, hay
movilidad social tanto horizontal como vertical y la religión se convierte en un
asunto privado, dando pie a la proliferación de denominaciones religiosas. Las
lealtades de los grupos, que son un elemento constitutivo de la solidaridad
deseable, abandonan sus ámbitos locales y se dirigen a entidades más amplias
como "la nación".
Las sociedades
tradicionales se definen, residualmente, como lo opuesto a la sociedad moderna.
Su cultura es fundamentalmente expresiva, artísticamente orientada; sus
miembros son individualistas porque no aceptan la autoridad; son irresponsables
cívicamente, con propensión a los gobiernos dictatoriales; las familias son
extensas; y se aprecia el respeto a las convenciones, más por considerarlas un
resguardo de la estabilidad que por su aspecto moral. Las solidaridades son
relacionalmente adscriptivas, lo que implica falta de vinculación con entidades
abstractas que rebasen los límites de la comunidad local.
La teoría evolutiva que
se prefigura parte de la consideración del estadio más "avanzado", en
términos de racionalidad, para caracterizar el polo menos avanzado.
Parsons resalta los
mecanismos compensatorios adaptativos que las sociedades encuentran para
contrarrestar las tensiones y los conflictos, el hecho de que la
internalización y la institucionalización de los valores y normas,
convencionalmente aceptados por cada sociedad, son la principal condición para
mantener el orden social –y la búsqueda de estabilidad y equilibrio como un
imperativo para todos los sistemas sociales.
Más allá de las
objeciones tanto teóricas como ideológico–políticas que pueden hacerse, y que
de hecho se han planteado a lo largo de los años a la formulación parsoniana,
lo sugerente de su propuesta es que articula todos los elementos conceptuales
que desarrolló previamente, y muestra tanto los estadios que implican
racionalización creciente y formas diferenciadas y complejas de integración
social, como las diferencias entre los modelos de sociedad tradicional y
sociedad moderna y su distinta ubicación en el continuum evolutivo con respecto a tipos
intermedios. Otros dos elementos conceptuales sugerentes son los imperativos de
compatibilidad, o imperativos estructurales, y los equivalentes funcionales.
Los primeros definen los órdenes de variabilidad posibles, dada una determinada
estructura social. La gama dentro de la cual los valores y las instituciones
pueden articularse en una sociedad concreta es limitada. Ello tiene un gran
valor para el análisis y comparación de desarrollos sociales específicos, pero
también abre la vía para la previsión de conflictos sociales y la dirección que
pueden asumir los procesos de cambio. Los equivalentes funcionales son los
ordenamientos sociales específicos que pueden corresponderse o ser compatibles
entre sí, dado un punto de partida valorativo y organizativo determinado. Por
ejemplo, en una sociedad concreta, la gama de sistemas familiares que son
compatibles con el resto de la estructura social es limitada y restringida o
acotada, aunque evidentemente no es de un tipo único. A pesar de esta
formulación, que replantea la concepción tradicional de evolución en el sentido
de que ésta no responde a una causalidad necesaria, Parsons no pudo romper con
la asociación entre evolución y progreso. Sentó las bases para ello, sobre todo
por su caracterización de la evolución como diferenciación creciente, pero no
llegó a sostener la idea de que el cambio no debe describirse como procesos de
perfeccionamiento global, no como progreso en general, sino como mecanismos
capaces de descubrir nuevas posibilidades que en ciertos aspectos, acotados,
pueden ser mejoramientos de la situación pre–existente.
En la obra de Parsons
del periodo medio es posible encontrar afirmaciones que llevarían a pensar la
evolución como un proceso no lineal, donde las etapas no son necesarias, sino
en principio contingentes, y en donde el caracter necesario de ciertos
desarrollos sólo se percibe una vez que se han determinado las tendencias y
posibilidades que determinados cambios permiten. Sin embargo, aunque las etapas
no son inevitables, y puede haber "brincos evolutivos" y retrocesos,
lo que sí es claro es la direccionalidad del cambio en el sentido de incremento
de la racionalidad y diferenciación creciente de las bases de la integración
social.
Las críticas que
habitualmente se le han hecho refieren la imposibilidad de la teoría parsoniana
de mostrar cómo se gesta el cambio de un tipo a otro, cuáles son los procesos y
mecanismos que permiten la transición y, sobre todo, que en la elección de los
ejemplos se percibe un sesgo ideológico que lo lleva a presentar a su propia
sociedad como "el mejor de los mundos posibles".
PARADIGMAS
DE CAMBIO EVOLUTIVO
A partir de la mitad de
la década de los cincuenta se percibe claramente el "giro sistémico"
en la obra de Parsons. En lugar de centrar su interés en la acción, el actor y
sus orientaciones, los valores institucionalizados, las prescripciones y
prohibiciones societales, el foco se centra ahora en los sistemas de la acción
y en los procesos que garantizan su supervivencia. Su teoría incorpora ideas
provenientes no sólo de la teoría de sistemas sino de la cibernética. Su
principal instrumento explicativo es el esquema de la necesidades sistémicas, o
esquema agil, por sus siglas en inglés (Adaptación, Logro de metas, Integración
y Latencia, o mantenimiento de pautas y control de tensiones), con el cual
según el autor da respuesta a Dubin. Se trata de un complemento más sofisticado
del esquema de las variables–pauta que intenta explicar el funcionamiento de
los procesos societales fundamentales (económicos, políticos, de gestación de la
solidaridad y de la confianza que provee la cultura institucionalizada) como
formas de satisfacer y garantizar la supervivencia de los sistemas del mundo
humano.
Desde el punto de vista
de la constitución de una teoría de la evolución social, el período tardío de
la producción parsoniana reviste especial interés por varias razones. En
principio, porque los presupuestos evolutivos se hacen explícitos y se
desarrollan en varios artículos y libros. Además, porque el pensamiento
evolucionista de Parsons parece entrar en una corriente imparable de
hipostación de los sistemas y, a pesar de la extrema complejidad y abstracción
de sus formulaciones, en una simplificación y esquematización de la historia
que se resiste a cualquier contrastación empírica. En primer lugar, la
evolución social es considerada como una extensión de la evolución biológica,
aunque se base en mecanismos sustancialmente diferentes (Giddens, 1995: 290).
Esto lo lleva a plantear complejos de "universales evolutivos" que
van desde avances orgánicos, como el uso de las manos y el desarrollo del
cerebro humano, hasta prerrequisitos del desarrollo sociocultural como la
tecnología, la organización del parentesco basada en el tabú del incesto, la
comunicación basada en el lenguaje verbal y la religión.
Seis complejos
organizacionales elevan las posibilidades del desarrollo de las estructuras
sociales; los dos primeros son la estratificación social (que tiende
progresivamente a limitar la incidencia de los factores adscriptivos), y la
legitimación cultural (a través de agencias institucionalizadas que son
independientes de la tradición religiosa). Los otros cuatro son fundamentales
para la estructura de las sociedades modernas: la organización burocrática, el
dinero y los mercados, los sistemas legales universalistas y la democracia. Si
bien todos los complejos evolutivos pueden no darse juntos, las sociedades que
los posean tienen, a su vez, ventajas adaptativas comparativas con respecto a
las sociedades donde no se presentan.
Como se desprende
claramente de lo anterior, existe un elemento que va cobrando fuerza en el
pensamiento parsoniano: la capacidad de adaptación de los sistemas sociales a
un entorno complejo.
Parsons define a los
universales evolutivos como "rasgos orgánicos o sociales que aumentan las
potencialidades adaptativas de largo plazo de un sistema vivo con tal de que se
convierta en un prerrequisito para niveles más elevados de desarrollo"
(Giddens, 1995: 291).
En sus dos libros
explícitamente evolucionistas, La
sociedad y El sistema de las sociedades modernas, Parsons se plantea
reconstruir la historia de la Humanidad a partir de la aparición de procesos
cada vez más complejos de diferenciación estructural, adaptación al entorno,
inclusión de sectores y grupos diversos en el proyecto societal evolutivo y
generalización de los valores. Estos cuatro elementos conforman lo que el autor
denomina "paradigma de cambio evolutivo". Es en estos textos donde la
teoría evolucionista de Parsons se acerca más a las teorías clásicas de la evolución
al compartir sus defectos más evidentes: la asimilación de la realidad al
modelo, desconociendo infinidad de matices históricos y olvidando influencias y
desarrollos que no son explicados por el mismo; la asunción de una noción de
adaptación tan vaga y general que resulta en la incapacidad de explicar; una
visión "etapista" que recupera la asociación del término evolución
con el de "progreso"; y una idea de causalidad necesaria.6
Si en los textos de
inicios de la década de los cincuenta parecía haber matizado estos defectos,
asumiendo la idea del carácter contingente y no necesario de la evolución,
acotándola a la idea de diferenciación creciente y reducción de la
contingencia, al final de su vida estas ideas se pierden. Nunca consideró
realmente la "dinámica de la producción material [...] ni los conflictos
que resultan de la estructura de clases y del régimen de dominación"
(Habermas, 1987: 405) En su versión tardía, la teoría evolutiva parsoniana
centra su interés en los procesos de gestación del consenso y en la
consolidación del modelo de Occidente como paradigma del estadío superior de la
evolución. Las tres revoluciones que conformaron a la cultura moderna
occidental, la Revolución Industrial, la Revolución Democrática y la Revolución
Educativa, son "empujones evolutivos" que garantizan la supremacía de
la civilización del Atlántico Norte.
¿CUÁL
TEORÍA DE LA EVOLUCIÓN?
En la teoría de la
evolución social de Parsons hay principios meta–teóricos (por no estar
explicitados) y metaempíricos (porque no tienen una demostración histórica ni
de ejemplos que los avalen satisfactoriamente) que subyacen a la formulación de
una teoría evolutiva; principios que a veces pueden mostrar al lector
inconsecuencias y ambigüedades en la obra de Parsons que lejos de demeritarla
la hacen más sugerente, si bien al final no es posible superar los errores que
supone.
Además de los supuestos
compartidos con las teorías de la evolución tradicionales, algunos de los
supuestos metateóricos presentes en la teoría parsoniana de la evolución son,
por ejemplo, la idea de que así como existen leyes de la naturaleza, también en
lo social es posible descubrir no sólo regularidades y recurrencias sino leyes
de carácter universal, que refieran a ordenamientos institucionales,
necesidades de los sistemas o mecanismos de cambio. Este supuesto implica,
además, que toda conclusión extraída del análisis post factum de un cambio social o de la organización
específica de los elementos estructurales de una sociedad dada permiten definir
con relativa certeza el derrotero que ese cambio o esa sociedad van a seguir.
Otro supuesto se deriva de la perspectiva funcionalista: la existencia de
determinado elemento o proceso se justifica por su misma presencia. Si algo
existe es porque "tiene" que existir; su presencia demuestra su
"superioridad adaptativa". Por otra parte, pensar en la adaptación
solamente como capacidad de supervivencia, condición y resultado de la
selección natural, llevaría a concebir a las sociedades de una manera
extremadamente estática y descontextualizada. Sería como sostener que, por
ejemplo, los chinos están mejor adaptados al mundo simplemente porque son más,
sin tener en cuenta la historia y condiciones tanto del pueblo chino como de
sus vecinos.
Otro supuesto
metateórico es el que confunde progresión con progreso. Es indudable que muchos
de los cambios en las sociedades humanas han sido progresivos, pero ello no
implica que sean, en su totalidad y concebidos globalmente, indicadores de
progreso general, de una mejoría generalizada en las condiciones de vida, o en
la moral o en las posibilidades, por ejemplo, de tener una vida feliz.
Giddens señala que
existen cuatro peligros de las concepciones evolucionistas, que habría que
tener en cuenta también para analizar la perspectiva parsoniana. En primer
lugar, concebir a ciertos elementos sociales, o ciertas organizaciones
sociales, como precursores de otros; de un estadio más avanzado. Lo que
llevaría a pensar, por ejemplo, que así como el feudalismo fue el precursor del
capitalismo en Europa occidental, también tiene que existir o tendría que haber
existido en América Latina para que el capitalismo surgiera, y que los
problemas del subdesarrollo latinoamericano se derivan de que no se han
respetado todas las etapas del desarrollo. Este planteamiento, que en la
actualidad resulta evidentemente ridículo, nutrió sin embargo la polémica entre
teóricos del desarrollo y teóricos de la dependencia en América Latina en los
años setenta del siglo pasado; de alguna manera podemos también encontrar
muestras de que no se logró superar este peligro en la teoría parsoniana.
El segundo es homologar
el desarrollo de las sociedades con el desarrollo de la personalidad
individual. Así, se puede pensar sobre ciertos grupos sociales o sociedades
como inmaduros, primitivos o atrasados con respecto a otros, "como
niños", sin percibir sus características distintivas específicas y sin
tener en cuenta un principio funcionalista básico: el del carácter asincrónico
del cambio, y que no todo puede reducirse al grado de complejidad tecnológica
alcanzado. De este peligro y error no están libres muchos otros autores,
antagonistas de Parsons en otros aspectos, como sería el caso de Marcuse o del
mismo Norbert Elías.
El tercer peligro es el
que Giddens denomina "ilusión normativa", que se refiere la confusión
entre superioridad tecnológica o económica, y superioridad moral o espiritual.
Es lo que llevó a muchos teóricos evolucionistas a plantear como verdades
criterios meramente etnocéntricos. Parsons es una clara muestra de lo que este
peligro puede producir en las ciencias sociales.
El cuarto peligro
consiste en pensar a la historia humana solamente en términos de cambio, lo que
llevaría a la discusión, muy importante en los últimos tiempos, acerca de la
diferencia entre historia e historicidad; al problema de identificar las
narrativas propias de la sociología y de la historia, y al planteamiento
posmoderno de la caducidad de las grandes narrativas. En este punto hay una
semejanza en la discusión del tema por parte de Giddens y Habermas (Giddens,
1995; Habermas, 1981). El peligro que se liga con este supuesto metateórico es
el de convertir el análisis sociológico en una filosofía de la historia.
¿POR QUÉ PARSONS AHORA?
Si la propuesta final de
la teoría de la evolución parsoniana resulta tan criticable, ¿por qué volver a
ella ahora? Indudablemente, los procesos de globalización y las dificultades
que muchos países tienen para acoplarse a su ritmo, las diversas
"modernizaciones alternativas" que han surgido a lo ancho del mundo
junto con el rechazo de muchos otros a las consecuencias del cambio acelerado
que la globalización supone –y el rechazo, por ejemplo, de que modernización e
industrialización sean sinónimos de occidentalización; o de que la
secularización es un proceso inherente al desarrollo; o de que el capitalismo
de la guerra y las corporaciones sea el único modelo económico posible–, han
llevado a muchos investigadores a replantearse problemas que de alguna manera
tienen que ver con las teorías de la evolución social.
En los últimos tiempos
se debate acerca de si la modernidad es un proceso que se expande,
incontenible, al mundo entero, revistiendo las mismas características; o si,
como sostienen teóricos como Shmuel Eisenstadt, las pautas institucionales y
demás rasgos distintivos de las sociedades modernas de Occidente al intentar
implantarse en sociedades con estructuras societales diversas son
seleccionados, reinterpretados y reformulados de tal manera que es necesario,
en la actualidad, asumir el carácter múltiple de lo que llamamos
"modernidad", aunque sin descartar que ciertos procesos, como la
industrialización y la urbanización, están indefectiblemente presentes. En el
ámbito académico, estas cuestiones se han relacionado con dos enfoques
contrapuestos: el que sostiene que las sociedades humanas evolucionan y que a
la larga habrá convergencia institucional, económica y política;7 y el
que sostiene que la evolución de las sociedades sólo puede referirse a su
continua diferenciación, aunque no hay etapas necesarias ni destinos
previsibles.8
En nuestro contexto, la
sociología que podríamos calificar de postradicional, porque estamos en
condiciones de reconocer la variedad de tradiciones en el pensamiento
sociológico a la vez que podemos recuperar elementos conceptuales y de enfoque
provenientes de corrientes diversas, sin perder de vista la vigilancia
epistemológica y el rigor propios de la tarea científica, es que cobra
importancia la revisión de los aportes de Talcott Parsons.
La problemática a la que
Parsons tanto aportó, la de la definición de las características de las
sociedades industriales de masas, los requisitos para el cambio social (aunque
nunca llegó a explicarlo satisfactoriamente) y lo que hace falta para
considerar moderna a una sociedad, es plenamente vigente. El debate, después de
tantos años, sigue abierto, y la obra de Parsons continúa siendo un referente
para la discusión.
http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0187-01732010000100007
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